16 Jun
Crónica - Calvario de domingo

Entrevías Radio

Crónica por Franco Nicolau


El suelo de Madrid arde, aunque el verano apenas asoma sus bigotes. No sabemos si es sugestión, pero sentimos que los domingos son más calurosos que el resto de la semana. Quizá por eso, en inglés se llama sun-day. De cualquier forma, seguimos enfrentando el calor como siempre: con una cerveza en la mano. Aunque la edad nos ha enseñado que solo calienta más, nos sigue sirviendo de excusa.Esta vez, la excusa nos llevó a la calle Calvario.

En un pequeño pero acogedor bar de cantautores —nuestro refugio habitual los lunes y jueves— nos dimos cita esta vez en un ambiente distinto: más tranquilo, más espacioso, pero igual de íntimo. Los micros de la semana suelen estar a reventar, con artistas que parecen llenar hasta el techo, ese que nunca hemos visto aplastar artistas en el escenario. Al parecer todos son fantasías de Gabriel, al que vimos haciendo equilibrio con un libro sobre la cabeza en mitad de la calle apenas llegar, cual modelo de pasarela. La gente lo miraba con una mezcla de intriga y respeto. Una vez dentro, comenzamos la tarde entre pocos, pero con muchas ganas. Y, por supuesto, con cervezas.

La primera en romper el hielo fue Isabel de La Vega, que se lanzó sin dudar. Entre su ritmo contagioso y su seriedad escénica, nos llevó con ella: las palmas fueron inevitables. Su canción evocaba esas tardes de mar y fogata que uno guarda con cariño. Luego me tocó a mí, Franco. Con una canción triste dedicada a la luna, bajé un poco el ánimo fiestero de la sala. Pero Gabriel pronto lo levantó de nuevo. Ya sin libro en la cabeza, mostró su estilo inconfundible: performático, encantador, y en lo personal, me recordó a mis viejos profesores de música.

Le siguió Alex Poblador. Sus canciones me retrotrajeron a la adolescencia. Envidio su proyección vocal, pero fue la letra la que realmente me golpeó la memoria: esas canciones que uno escuchaba en el colegio y dedicaba en silencio. Por esa misma época escuchaba mucho rap y hay mucho de ello en las interpretaciones de Alejandro Myjazz, quien nos regaló como es habitual, su rap y su baile, algo que me parece un atributo genial, pues a veces olvidamos que la música no es sólo sonidos, si no también cuerpo. Después vino Dals. Qué decir… tiene una de las voces más dulces que he escuchado en vivo. Aunque logró conectar con todos, sentí que su verdadera conexión era con su música, como si su voz flotara por encima de todo.

Apareció luego Noé, que se atrevió con una canción en inglés, a capela. No conocía el tema, pero sí conocía algo que él suele decir: que a la mínima posibilidad de cantar, lo hace. Y se nota. Y entonces, una de las grandes sorpresas de la noche: Wio. Una actuación con fuerza, elegancia y control. Su nivel vocal, su actitud en el escenario, su forma de ocupar el espacio… de grandes ligas, sin duda. 

Siguió Rage, a quien no conocía. Su estilo es de los que te atrapan: me imaginé saltando en uno de sus conciertos, sin voz al final de la noche. Luego llegó Ángel Mateos, con una voz pausada, baja, que nos obligó a bajar el volumen interno y prestar atención. Sus canciones tienen una ternura melancólica que comparto sin reservas. Vicky Lavín interpretó una canción preciosa, con una sutileza que rozaba lo etéreo. Sentí que intentaba sostener la canción con las manos sin romperla, y su voz se deslizaba por las paredes como una enredadera.

El cierre llegó con broche de oro: Víctor Quevedo. Su interpretación fue tan intensa que parecía que el alma se le salía por la garganta. Un nivel vocal impresionante, de esos que se sienten más que se oyen.

Y así terminó una tarde que se sintió menos como un evento musical y más como una reunión de amigos. Una de esas en las que nadie quiere irse todavía.Tal vez por eso seguimos volviendo a Calvario: por su calidez, por esa sensación de hogar. Como si todas cantáramos en la sala de casa.




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