08 Jun
Idinael Tejeda - La Resistencia Musical del Caribe


Por Redacción Cultural


En un panorama musical saturado por la inmediatez, los algoritmos y la “instagramabilidad”, la voz de Idinael Tejeda emerge como un faro de autenticidad. Nacido en el pequeño pueblo pesquero de Taganga, a la orilla del Mar Caribe colombiano, Tejeda es más que un cantautor: es un narrador de su tiempo, un poeta que resiste con melodías y un testimonio viviente de la riqueza cultural y social que todavía late en las orillas del país.Durante una extensa entrevista con Entrevías Radio, el compositor compartió su historia, sus influencias y su visión crítica sobre el rumbo actual de la música, revelando un camino tejido de sacrificios, convicciones y una profunda conexión con sus raíces.


Orígenes: del mar al canto

Idinael Tejeda nació un 14 de febrero en pleno carnaval caribeño, en un entorno donde el mar dictaba el ritmo de la vida. Hijo de un pescador artesanal y de una vendedora de pescado, ambos ya fallecidos, su infancia estuvo marcada por la austeridad y por la vitalidad de una comunidad donde la oralidad, la música y la resistencia cultural eran el pan de cada día."Yo vengo de Taganga, que significa ‘mar que se adentra en la tierra’. Crecí rodeado de canciones, de colores, de lucha y de pérdidas", recuerda con nostalgia. Fue precisamente una enfermedad cardíaca a los 15 años lo que lo obligó a dejar sus actividades físicas y, sin quererlo, a tomar la guitarra como un refugio. Así comenzó a gestarse su vocación.La guitarra llegó por accidente, pero se convirtió en destino. Con métodos básicos y de manera autodidacta, empezó a explorar el instrumento, escondiéndose para practicar, soportando burlas de su entorno, hasta que la música venció la timidez. “No sé en qué momento la metamorfosis se dio, pero ya estaba cantando canciones de Piero y subiéndome a escenarios”, relata.


Influencias: trova, protesta y raíz

Los grandes referentes de Tejeda lo conectan con una tradición de cantores que usaron la música como herramienta de denuncia y reflexión: Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Mercedes Sosa, Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui, José Larralde, Alfredo Zitarrosa, entre muchos otros. Pero también fue influenciado por la música andina, clásica y hasta el vallenato más primigenio, con guitarra y mensaje."Escuchaba a Silvio y a Pablo, pero también a Inti-Illimani, a los Jaivas, a Imillimani… Mientras otros estaban con el Binomio de Oro, yo bajaba muchos cambios, me iba hacia lo introspectivo", recuerda. Tejeda no solo absorbió sonidos, sino que hizo de cada uno de ellos una herramienta para su propio decir.Incluso la canción protesta colombiana tuvo en él un eco especial: Ana y Jaime, Luis Gabriel, José Barros y Arnulfo Briceño fueron parte de su formación espiritual y artística. Descubrió que la música podía ser trinchera, espada y refugio. “Yo quiero meterme por ese lado, por donde se dice lo que duele y se canta lo que otros callan”, asegura.


Música como resistencia

La música de Idinael Tejeda no responde a modas, ni a fórmulas. Es una apuesta ética y estética por la canción que provoca, que siembra y que incomoda cuando debe hacerlo. “Hacer lo que yo hago es lo más difícil. Tú mismo buscas que te aíslen. Pero si tú crees en ti y en tu mensaje, hay que seguir, aunque no tengas padrino, disquera ni payola”, afirma con convicción.Crítico con el mercado musical actual, no se refiere únicamente al reguetón, sino al “facilismo musical” promovido por la industria y los medios. Para Tejeda, el éxito está condicionado por intereses comerciales más que por el valor poético o social de una obra. Y sin embargo, no cede. Canta desde la trinchera de su “Kankurw creativa”, como él mismo la llama, aferrado a la ataraxia, esa paz interior que lo mantiene firme en medio de la tormenta.“Vivimos con menos que lo básico, pero me ves haciendo canciones, sonriendo. Hay que ser estoico, hay que creer en uno mismo”, dice sin atisbos de resignación.


Soledad del cantautor: entre la tribu y la isla

Uno de los puntos más reflexivos de la entrevista giró en torno a la desunión entre los cantautores, una situación que Tejeda reconoce como dolorosa, pero también como parte de la realidad. “Yo intenté formar colectivos, hacer tribu. Pero uno se cansa. Hay clanes, hay gente que juega a sacar provecho, que te sonríe pero te usa”, lamenta.A sus 56 años, ha optado por la prudencia y la honestidad radical: “No tengo tiempo para soportar caprichos ni actos pueriles. Si alguien quiere trabajar conmigo con honestidad, con gusto. Pero ya no me muevo por camaradería. Ya no”.


Un canto necesario

En un mundo saturado de contenido efímero, donde todo busca ser viral antes que significativo, la voz de Idinael Tejeda recuerda el poder original del canto: conmover, unir, resistir y sembrar. Su obra es un acto de fe en el arte como servicio, en la música como puente hacia la dignidad, la memoria y la humanidad.“Haz lo que te haga feliz, aunque duela. La vida misma es prueba tras prueba. Pero todo eso —las lágrimas, los rechazos, los vacíos— es una bendición. Te despiertan, te forman, te vuelven más humano”, concluye.Idinael Tejeda no está en los rankings de Spotify ni llena estadios. Pero su voz, curtida por la brisa del Caribe y templada en la fragua de la resistencia, sigue resonando donde más importa: en el corazón de quienes aún creen que la canción puede cambiar el mundo.


Redacción Cultural – Entrevías Media

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