Por Ariel Stavitzky
Katie hizo que todo pareciera fácil. Esa fue la primera sensación que me invadió al salir del concierto.
Luego, comencé a indagar en los motivos detrás de esa impresión, buscando entender qué elementos de su propuesta me habían generado tal calidez. Aquí intento relatar algunos pasajes de una apacible noche de jueves en el mítico Café Berlín de Madrid.
El concierto de Katie James apela a la conectividad emocional: una red de ritmos diversos en la que cualquiera puede encontrar un lugar propio. Ella logra acercarse desde la misma lejanía que la constituye. Las canciones, en este punto, son más que melodías: se transforman en excusas geográficas para mapear sentires y ofrendar deseos.
Entre los momentos prestados, interpretó “Canción de las simples cosas”, de los argentinos Tejada Gómez y César Isella, y más adelante, “Puente de los suspiros” de la peruana Chabuca Granda.
Con un puñado de composiciones propias —algunas aún inéditas— dejó entrever su declaración de principios, arropada por un escenario sobrio pero enriquecido por los arreglos del guitarrista español Sergio Portales.
En Madrid sucedió un viaje naíf por recónditos paisajes latinoamericanos, con guiños a su niñez y su raíz folk. Este refinado mestizaje se funde con su estética de hada, ofreciendo al público un encuentro sereno y entrañable.